En la literatura oriental se dice que “más vale una imagen que mil palabras”, y así es. La Escritura es un conjunto de libros sagrados redactados en forma oriental e inspirada por el Espíritu Santo. El autor sagrado se deja bañar por Dios dejando que su Palabra penetre hasta lo más profundo de su alma, como alimento de los que le leen o le escuchan.
Digo esto como preámbulo del texto que se medita en el libro del Éxodo, (Ex 15, 1-4 y ss). Me refiero al “Cántico a Dios después de la victoria del mar Rojo”. Y quiero comentar algunas de las estrofas del mismo. Dice así:
“…Caballos y carros ha arrojado en el mar…”.Alguien me comentaba: ¿Qué culpa tenían los caballos para este castigo y muerte tan terrible? Evidentemente la persona en cuestión se quedaba a la puerta de la catequesis; de ahí lo de la imagen y las mil palabras: estos caballos y estos carros representan el poderío del hombre frente a las situaciones que rodean su vida. Y el mar, sabemos que es el lugar tenebroso donde, siguiendo los (Salmo 74,13 y 14) y (Salmo 104,26), habita el Leviatán, monstruo marino que representa a Satanás. Pues Dios arroja en este infierno representado por el mar, a estas fuerzas del hombre que no pueden salvar. Y de ahí que este Cántico nos diga que “El Señor es un guerrero, su Nombre es Yahvé”
Y continúa: “…Al soplo de tu nariz se amontonaron las aguas, las corrientes se alzaron como un dique y las olas se cuajaron en el mar…”. Este “soplo” es el aliento del Señor, es la Palabra de Dios, es ese “viento suave del episodio de Elías”; no en vano se preguntará Isaías: ¿Quién ha medido el aliento del Señor? (Is 40, 24) Este soplo refiere a la Palabra, al Evangelio.
“..Pero sopló tu aliento y se hundieron en el mar…”, nada puede resistir a la Fuerza del Señor. Y se pregunta el Cántico: ¿Quién como tú, Señor entre los dioses?...” Naturalmente los dioses del hombre, el dinero, el egoísmo, la envidia, el ego…estos dioses de madera que no pueden salvar, como nos dirá Isaías: “…necios los que pasean la madera de sus ídolos…” (Is 45,20) y nos recordará el libro del Deuteronomio, escrito por Moisés: “…Allí serviréis a dioses hechos por manso de hombre, de madera y de piedra, que ni ven, ni oyen, ni comen, ni huelen…” (Dt 4,28)
Y va terminando: “…extendiste tu diestra: se los tragó la tierra, guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado, los llevaste con tu poder hasta tu santa morada…”.
La diestra de Dios, símbolo de su Poder, de su Fuerza, representada también de forma simbólica en el texto de la batalla de Moisés contra Amalec: “…cuando Moisés levantaba los brazos los israelitas vencían; cuando por cansancio los bajaba, vencían los amalecitas, (Ex 17, 11-13)…”
Y termina con un versículo que es “la guinda” de esta mini-catequesis: “…Los introduces y los plantas en el monte de tu heredad, lugar del que hiciste tu trono, santuario, Señor, que fundaron tus manos…”. Refiere al Monte Calvario, donde las Manos de Jesús, como santuario del Padre, fundan de esta manera el Monte de su Heredad, el Monte Santo, la herencia que Él nos prepara, con sus Manos abiertas en la Cruz, cual “alas de águila” que nos protegen.
Alabado sea Jesucristo
(Tomás Cremades)
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