Es un proceso donde uno abandona sus demandas personales para ocuparse de los demás. En definitiva, un proceso para dejar de mirarse el ombligo.
Miro con asombro cómo muchas personas estamos sentadas mirando nuestros dispositivos de conexión a Internet con suma atención. Realmente pensamos que a través de las redes sociales y sistemas de comunicación a los que accedemos desde nuestros equipos se nos pone en las manos una puerta abierta al mundo, cuando, en realidad, muchas veces estamos dentro de un fondo de saco.
Convencidos de estar bien informados, sólo miramos los titulares de las noticias que muestra el medio, conociendo parcialmente muchos acontecimientos (en su mayoría inútiles) que sólo ofrecen una visión distorsionada y parcial del mundo.
Tenemos multitud de personas de contacto con las que compartimos información a través de la red, convencidos de que esto nos ofrece amplitud de campo de visión y un valor añadido a nuestra inteligencia.
Sin embargo, cuando he tenido ocasión de hablar con algunas personas que pasan gran parte del tiempo conectadas a las redes de información y comunicación, me doy cuenta que en su círculo personal de acogida entra muy poca gente en realidad: apenas su familia en muchos casos, a veces una mascota y otras muchas veces nadie. En realidad, no hay verdadero contacto, no hay comunión con los hermanos, no hay conocimiento real de las necesidades propias y ajenas, no hay visión global, el círculo de acogida es demasiado estrecho.
Y, desgraciadamente, este mismo síntoma cada vez se manifiesta más y más entre todas las clases sociales, incluidos profesores, políticos y dirigentes de empresas.
Observo cómo, detrás de toda una multitud de mensajes y avisos que ofrecen la ilusión de ser útil e imprescindible, existe un sentimiento profundo de malestar provocado por la agitación mental y agotamiento debido a la apariencia de estar haciendo muchas cosas a la vez. Resulta que, en realidad, no se hace nada, sino estar con la mente allí y el cuerpo aquí.
Incluso hay quien diseña su propio perfil y su supuesta vida a través de las redes sociales, mostrando al mundo una imagen que quiere que los demás tengan de él. Imagen que en el fondo no le importa a nadie porque todos están demasiado ocupados en sí mismos.
Se nos escapa el mundo alrededor cuando estamos imbuidos en nuestros dispositivos y esto nos hará estar mal, porque no estamos donde debemos. Muchas veces uno está mal simplemente porque no está en el lugar donde tiene que estar, es decir, el cuerpo aquí y la cabeza allí.
Esto dificulta la concentración, la capacidad de reflexión, el sosiego y el discernimiento, convirtiéndonos en una especie de entes mentalmente hiperactivos a la búsqueda de una comodidad personal y una paz que nunca llega del todo. Y desgraciadamente los modernos medios de comunicación invitan constantemente a esta situación.
Un termómetro infalible que mide la madurez de un hombre es simplemente su capacidad de estar quieto y de estar atento. Las disciplinas que se han establecido desde siempre para la educación de los más jóvenes iban dirigidas en este sentido.
Sin embargo, vivimos en la era de la interrupción, ahora un SMS, ahora un mail, ahora un whatsapp y ahora una llamada. El caso es tener la atención dividida, el cuerpo aquí y la cabeza allí. Esto dificulta mucho la capacidad de concentración, añade problemas de hiperactividad y complica la madurez de los más jóvenes.
Los medios de comunicación son herramientas muy valiosas pero desgraciadamente se están utilizando muchas veces en nuestro propio perjuicio. El diablo también anda en la red y nos hace ver las cosas al revés de cómo son en realidad. Sencillamente debemos ser conscientes de que no encontraremos la felicidad y la plenitud de nuestras vidas en la red. Aunque esto parezca una verdad de Perogrullo: conviene recordarlo cuando usemos nuestros dispositivos de conexión.
La felicidad es el estado natural del Alma cuando se quitan los obstáculos y el resto de cosas inútiles donde vaga nuestra atención. Entonces el Alma existe en bienaventuranza, nadie en la creación puede existir sin algo de bienaventuranza. No es necesario buscarla por ahí, y menos en la red. La encontrará en su alma y acogiendo a los demás, se trata de ampliar el campo de acogida, salir fuera de uno mismo, del círculo estrecho.
Uno puede sentir que la felicidad va y viene según los acontecimientos y los logros, pero esto es solamente ilusorio. El estado verdadero es que la felicidad está siempre en el alma del hombre, le pertenece por derecho propio y es inmutable.
Es solamente nuestra visión lo que ha cambiado.