Acercándose unos fariseos, le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre repudiar a su mujer? Él les replicó: “¿Qué os ha mandado Moisés?” Contestaron: “Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla” Jesús les dijo: “Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación, Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: “Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido, y se casa con otro, comete adulterio”.
Y, en este caso, se acercan los fariseos a Jesús, no para informarse sino para “ponerlo a prueba”, como dice textualmente. Y le preguntan como pregunta el Príncipe de la Mentira Satanás, con preceptos de la Escritura, apoyándose en el precepto de Moisés.
Jesús también les responde de la misma manera: les lleva a la Escritura como primicia de conocimiento: “¿Qué dice Moisés?” Naturalmente saltan como un resorte: “Moisés permitió el acta de repudio”
Pero Jesús tiene también respuesta: “Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto”.
Los fariseos se sabían la Escritura de memoria; y, sin embargo, no apelan al libro del Éxodo. No les interesa este texto, sino que retuercen la Palabra de Dios, para conseguir sus intereses. Por eso dirá Jesús: “…Haced lo que ellos dicen, pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen…” (Mt 23,3)
Es más: el Libro del Éxodo – en el episodio del becerro de oro -, ya declara Yahvé a Moisés: “Ya veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz” (Ex 32,10).
Jesús no se conforma con estos textos, y añade:” Pero al principio de la creación, Dios los creó hombre y mujer”, recordando que en el libro del Génesis se dice:”…Creó, pues, Dios al ser humano, a imagen suya los creó, hombre y mujer los creó…” (Gen 1,27)
Y sentencia: “. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Jesucristo no vino a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento (Mt 5,17). Si la Ley de Moisés permitía el divorcio, el Señor Jesús da cumplimiento poniendo “luz y taquígrafos”. Y explica, primero a los fariseos, y, por ende, a todos los que le escuchaban, y luego, en privado, a sus discípulos, que el que se divorcia y se vuelve a casar, comete adulterio. Es rotundamente claro. No queda nada que interpretar. Es el mandato divino. Él puso la Ley, nosotros seguimos sus Palabras.
Como vemos, el Evangelio, Palabra de Jesucristo revelada al hombre, no puede ser más actual, a pesar de más de dos mil años que fue proclamada. En este caso nos habla del divorcio. Si en otras décadas estaba mal admitido por la sociedad, los medios de comunicación, el libertinaje de la actualidad… nos inducen a considerar el divorcio como algo natural, civilizado, y en algunos ambientes ya se considera como un “valor añadido”. Al matrimonio actual, muchas parejas llegan con hijos de relaciones anteriores por ambos lados, y es la televisión y los periódicos de prensa rosa los que potencian y “valoran” estas situaciones. Todo ello tergiversa el precepto divino de la indisolubilidad del sacramento.
Bien sabe Satanás que destruyendo la familia, destruye al hombre y a la sociedad. Y es que el matrimonio no es de dos, sino de tres: el marido, la mujer, y Dios en medio de ellos. Cuando falta Dios, porque le hemos echado de nuestro lado, aumentan las desavenencias, los rencores, la falta de perdón, el desamor…y llega la separación.
Estemos atentos a esta situación que tanto daña a los cónyuges, a los hijos, a los padres de ambos…y a la sociedad.
(Tomás Cremades)
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