(Salmo de David).
¡Señor, no me reprendas con tu ira, no me corrijas con tu cólera!
Misericordia, señor, que desfallezco.
Cúrame, Señor, que se dislocan mis huesos. Todo mi ser se estremece...
Y tú, Señor, ¿hasta cuándo...?
¡Vuélvete, Señor, libérame !
¡Sálvame, por tu misericordia!
Pues en la Muerte nadie se acuerda de ti:
¿Quién te va a alabar en el Abismo?
Estoy agotado de tanto gemir: de noche lloro sobre el lecho, riego mi cama con lágrimas.
Mis ojos se consumen de dolor, envejecen por tantas contradicciones.
¡Apartáos de mí todos los malhechores, porque el Señor ha escuchado mis sollozos!.
El Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi oración.
¡Que se avergüencen todos mis enemigos, que huyan al instante llenos de vergüenza!
Reflexiones del padre Antonio Pavía (Extractadas del Libro En el Espíritu de los Salmos con autorización de la Editorial San Pablo):
¡Jahvé, recobra mi Alma!
En este Salmo encontramos a un hombre que se siente hundido hasta tal punto, que pierde la esperanza de seguir viviendo. Se encuentra este hombre, con su vida incluida la espiritual, completamente desmoronada. Apela entonces a la piedad y misericordia de Dios gritándole: «¡Cúrame, Señor, que se dislocan mis huesos!».
El salmista, y con él todos nosotros, sentimos que sólo con nuestras fuerzas no podemos cumplir la Palabra De Dios, por eso el salmista pide a su Creador ayuda: «¡Vuélvete, Señor, libérame!».
Y Dios se vuelve hacia el hombre. Le ama tanto en su postración que, en su propio Hijo, se hace Emmanuel-Dios con nosotros; y con nosotros permanece para siempre.
Si el hombre sólo no puede cumplir la Palabra, ¡Dios sí puede! Y, en su amor a nuestra debilidad, nos ofrece el Evangelio, que es ¡la misma Fuerza de Dios en aquel que lo acoge! Es tal palabra de Vida, que hace posible, ahora sí, que el hombre, a igual que Jesús, pueda llevar a término en su vida la voluntad de Dios. Lo que de otra forma le hubiera sido imposible. Esta Palabra es la oferta de Dios a la humanidad: el Evangelio.
Que Dios nos conceda a todos pasión por el Evangelio para que podamos ser testigos de que las promesas de Dios se cumplen.
(Antonio Pavia. Misionero Comboniano)
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