¡Que te responda el Señor en el día de la angustia!,
¡Que te proteja el nombre del Dios de Jacob!
¡Que te envíe auxilio desde el santuario,
y te apoye desde Sión!
¡Que se acuerde de todas tus ofrendas,
y le agraden tus holocaustos!
¡Que te conceda todo lo que desea tu corazón, y realice todos tus proyectos!
¡Que podamos alegrarnos con tu victoria,
e izar estandartes en nombre de nuestro Dios!
¡Que el Señor te conceda todo lo que pidas!
Ahora reconozco que el Señor da la victoria a su ungido, y le responde desde su templo celeste con los prodigios de su mano victoriosa.
Unos confían en los carros, otros en los caballos; nosotros invocamos el nombre
del Señor, nuestro Dios.
Ellos se doblan y caen; nosotros nos mantenemos en pie.
¡Señor, da la victoria al rey, y escúchanos cuando clamamos a ti!
¡Que te envíe auxilio desde el santuario,
y te apoye desde Sión!
¡Que se acuerde de todas tus ofrendas,
y le agraden tus holocaustos!
¡Que te conceda todo lo que desea tu corazón, y realice todos tus proyectos!
¡Que podamos alegrarnos con tu victoria,
e izar estandartes en nombre de nuestro Dios!
¡Que el Señor te conceda todo lo que pidas!
Ahora reconozco que el Señor da la victoria a su ungido, y le responde desde su templo celeste con los prodigios de su mano victoriosa.
Unos confían en los carros, otros en los caballos; nosotros invocamos el nombre
del Señor, nuestro Dios.
Ellos se doblan y caen; nosotros nos mantenemos en pie.
¡Señor, da la victoria al rey, y escúchanos cuando clamamos a ti!
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
Dios, nuestra victoria
El autor invoca a Dios y le suplica que proteja al rey, que está invadido por la angustia, al igual que todo israelita, ante la presión que los enemigos de los reinos vecinos ejercen sobre el pueblo, el cual vive en la zozobra...
¿Por qué la muerte es nuestra enemiga? ¿No es porque puede aparecer como punto final ante todo lo que el hombre ha amado, vivido, creído, realizado…?
Jesucristo recoge todas estas angustias experimentando Él mismo la turbación de la muerte.
Por eso, antes de la Última Cena, ya a las puertas de su Pasión, escuchamos a Jesús exclamar: «Ahora mi alma está turbada. ¿Y qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero, ¡si he llegado a esta hora para esto!» (Jn 12,27).
Jesucristo absorbe la angustia de todo hombre ante la muerte y la vence con su resurrección!
En el salmo, vemos cómo se anuncia que Dios dará su fuerza al rey para que Israel obtenga la victoria sobre sus enemigos.
Por eso, antes de la Última Cena, ya a las puertas de su Pasión, escuchamos a Jesús exclamar: «Ahora mi alma está turbada. ¿Y qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero, ¡si he llegado a esta hora para esto!» (Jn 12,27).
Jesucristo absorbe la angustia de todo hombre ante la muerte y la vence con su resurrección!
En el salmo, vemos cómo se anuncia que Dios dará su fuerza al rey para que Israel obtenga la victoria sobre sus enemigos.
Dando un salto hasta el Mesías, vemos cómo Jesucristo, no es que tenga la fuerza de Dios, ¡Él mismo es la fuerza de Dios! Y al vencer su angustia ha vencido también la nuestra, por lo que podemos cantar con Pablo este triunfo: «La muerte ha sido devorada en la victoria. ..¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!» (1Cor 15,54-57).
El Hijo de Dios, en este combate con la muerte, siente la cercanía del Padre y escucha de su misma boca estas palabras que le confortan: «Le he glorificado y de nuevo le glorificaré» (Jn 12,28).
Así el apóstol Pedro nos cuenta respecto s Jesucristo en el acontecimiento de la transfiguración: «Porque recibió de Dios Padre, honor y gloria, cuando la sublime gloria le dirigió esta voz: “Este es mi hijo muy amado en quien me complazco”. Nosotros mismos escuchamos esta voz venida del cielo, estando con Él en el monte santo» (2Pe 1,17-18).
Dios Padre glorificó entonces a su Hijo y, tal y como prometió, le glorificó después de su muerte resucitándolo, y así lo hizo saber, por medio de sus ángeles, a las mujeres que habían acudido el primer día de la semana al sepulcro.
El Mesías está vivo y victorioso, y así lo anuncia el salmista al proclamar la victoria y la salvación que Dios otorgará al rey: «Ahora conozco que Yavé dará la salvación a su ungido; desde su santo cielo le responderá con las proezas victoriosas de su diestra».
El Hijo de Dios, en este combate con la muerte, siente la cercanía del Padre y escucha de su misma boca estas palabras que le confortan: «Le he glorificado y de nuevo le glorificaré» (Jn 12,28).
Así el apóstol Pedro nos cuenta respecto s Jesucristo en el acontecimiento de la transfiguración: «Porque recibió de Dios Padre, honor y gloria, cuando la sublime gloria le dirigió esta voz: “Este es mi hijo muy amado en quien me complazco”. Nosotros mismos escuchamos esta voz venida del cielo, estando con Él en el monte santo» (2Pe 1,17-18).
Dios Padre glorificó entonces a su Hijo y, tal y como prometió, le glorificó después de su muerte resucitándolo, y así lo hizo saber, por medio de sus ángeles, a las mujeres que habían acudido el primer día de la semana al sepulcro.
El Mesías está vivo y victorioso, y así lo anuncia el salmista al proclamar la victoria y la salvación que Dios otorgará al rey: «Ahora conozco que Yavé dará la salvación a su ungido; desde su santo cielo le responderá con las proezas victoriosas de su diestra».
El salmista invita a los fieles a aclamar la victoria de Yavé.
Nosotros aclamamos la victoria de Dios, de su Hijo y la nuestra, con el corazón agradecido de quien sabe que Dios lo ha hecho todo por él. Por lo que nos unimos al apóstol Pablo en esta aclamación que le salió del alma a nuestro hermano en la fe: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿Los peligros? ¿La espada?… Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó» (Rom 8,35-37).
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