En tu gesto, inclinado hacia quienes te acompañaban en tu despedida, en ese gesto, quisiste dejarnos la esencia que debe emanar de un corazón que se precia de seguirte
Inclinado, olvidando la verticalidad de estar en pié, observando el mundo, y a los hombres desde abajo, como el grano de trigo.
Desde allí, desde abajo, al servicio de los hombres, al servicio del mundo por amor, el único mandamiento que recoge todos los demás.
Sirviendo, entregando el amor en ese gesto, para sostener y purificar los pies con los que nuestros hermanos caminan, los pies que les sostienen, el lugar dónde se apoyan para vivir; los pies que les hacen decidir los caminos por dónde transitar en sus vidas.
Y tú, allí, abajo, el lugar dónde nos dices que tenemos que estar entregando amor y servicio, servicio que es amor.
Dedicando nuestra vida a entregar con nuestras manos el amor que recibimos de ti y que cura los pies cansados, la vida cansada de los hombres.
Cuidando los pasos de quienes te buscan, y también de los que no lo hacen.
Derramando tu agua, tu vida, para llenarnos de tu amor
(Olga Alonso)
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